viernes, 4 de mayo de 2012

The artist


Entonces agarró y me dijo pero estás loca. Pero y en dónde se ha visto hombre. Una cosa es el crochet y muy otra a dos agujas. Una cosa es un jaguar y otra distinta un guepardo. Habrase visto, esta manía de confundir todo, de no percibir el detalle. Pero qué obscenidad. Una cosa es una cosa, y otra cosa es otra cosa.
Fue tan determinante su declaración que debo confesar que me intimidó. No sólo lo que me decía, sino su porte, su mirada, a medida que me hablaba le crecían las pupilas y los ojos se le llenaban de líneas rojas, muy delgaditas; lo que no estaba delgadita era la vena sobre su sien. Ah no, esa sí que parecía una salchicha alemana. Llegué a la conclusión que si le mentía sobre mi daltonismo incipiente, la vergüenza por su reacción desmedida más la cólera que todavía lo embargaba harían la combinación perfecta para un cuadro clínico, y tampoco estaba en mis planes pasarme la tarde en una guardia de hospital con un déspota extremista. Sentaría de maravillas decir para la ocasión “con ése que no conoce los grises”.
Yo me cuestioné por qué –siendo generalmente de pocas palabras- tuve la excéntrica necesidad de conversar sobre la lluvia de colores que inundaban el lienzo, tan simpático y absolutamente incomprensible. Claro que desconocía a todo posible interlocutor y por supuesto, elegí al menos conveniente.
Su descargo me asombró, un poco por lo inesperado y otro poco por lo ridículo. Por un lado, es imposible imaginarse a este hombre copia bonaerense de ogro tejiendo las mañanitas junto a la ventana esperando que la Providencia le acerque las fuentes fundamentales de la creación plástica. Además –y en esto quiero la absoluta sinceridad del lector- que levanten la mano todas aquellas personas que pueden distinguir un jaguar de un guepardo. Se me ocurrió que una cosa es un jaguar y muy otra una ferrari pero no creí oportuno el momento para mis chistes tontos, aunque no pude evitar una sonrisa deformada, de esas que pujan por salir a toda costa, como cuando en la época de escolar inexplicablemente sobrevenían las tentaciones en medio del Himno y el discurso aburridísimo de la directora.
La gente alrededor hacía de cuenta que no pasaba nada y yo decidí hacer lo mismo. Giré un poco sobre mis talones y seguí mirando el cuadro, así el artista se llamó a silencio, siempre observándome receloso. Me alejé unos once pasos y contemplé; con un ojo en la obra y otro ojo de reojo sobre él, viré mi cabeza de forma horizontal hacia un lado y hacia el otro, me puse cabeza abajo cual péndulo humano desde el tronco hacia el piso para contemplar todas las posibles ópticas y justo cuando empezaba a ponerse de todos colores, sus mejillas y sus ojitos estallando como pomos de témpera aplastados por el pie de un burro campestre, apuré el paso, tomé un canapé de pepino y me fui a ver el río.

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