lunes, 2 de julio de 2012

Salón de belleza


- Si hay algo que quisiera tener, algo con lo que me gustaría haber nacido, son los pelos bien enrulados, tener un peinado estilo afro, vaporoso, casi casi un nido de carancho.
Hubo un momento donde todo se detuvo, como esos segundos previos a la gran catástrofe de las películas de acción donde las cosas ocurren en cámara lenta y sin sonido. Todo fue quietud, los secadores se callaron, las manos se quedaron quietas, las tijeras pararon su poda. Yo miré a través del espejo hacia todos lados y puedo afirmar que todas, absolutamente todas, me estaban mirando con cara de esa misma catástrofe.
En esa secuencia confirmé mi poca eficacia para entablar conversaciones de peluquería y lo distante que estaba de los gustos capilares femeninos.
Lo que siguió después fue un parloterío digno de la más variada jaula de zoológico y una lluvia de opiniones y consejos. Que estás totalmente loca, qué los rulos no van, con la humedad en la que vivimos sería imposible ponerte una hebilla, que no tenés sentido de la moda, entre otras cuestiones que aunque no me importasen no dejaban de ser crueles.
En esta época donde se libra una guerra total y abierta al rulo, donde la potencia lacia quiere ganar cabezas aplastando la naturaleza del pelo como ha nacido, qué puedo pedir?
Se me acerca una joven con un turbante en la cabeza y me indica mostrándome una foto de una Cleopatra moderna:
-        Ves? El pelo siempre tendría que estar así, es un horror que se te ondule! Si no parecés un perro caniche!
-        Bueno, pero a juzgar por esta foto la otra opción es ser un perro afgano!
Me miró unos segundos con odio mal disimulado, aunque creo que no entendió lo que le dije, se dio la vuelta con la frente en alto y se fue taconeando hasta su sillón.
-        Estás muy equivocada –saltó una desde el fondo- sabés lo tremendo que es no poder dominar el pelo? Que quieras peinarte linda y no puedas porque el cepillo no te hace efecto? Mirarte al espejo y ver que tu pelo es cualquier cosa y que hace lo que quiere? O que te digan cachavacha en la escuela o el trabajo? No entendés nada!
Estaba al borde de la histeria, roja por la tintura y por la bronca.
-        Lo que no entiendo es por qué no aceptan el pelo como les salió! En vez de estar haciéndose cosas todo el tiempo y vivir obsesionadas con algo que NO tienen ni van a tener NUNCA!
Ouch. Ahora sí estaba completamente fuera de lugar. Hasta mi peluquera con su mirada me retó por sediciosa pro-bucle, por incitar al rompimiento de las normas lacias. Menos mal que ya había terminado su trabajo, las consecuencias podrían haber sido no menos que desastrosas.
Y ahora eran esos segundos posteriores a la catástrofe, donde uno actúa como flotando, sin escuchar y casi sin ver lo que ocurre alrededor, la pantomima de gestos y brazos por los aires, el peligro de ser atacada por algún frasco volador, el pagar rápido y huir para evitar más problemas.
Al irme, pensé en la frase común “no te hagas los rulos”, usado tanto para decirle a alguien que no se ilusione. Y comprendí que muy en el fondo, bien bien atrás en la bolsa de ruleros, el ideal del pelo lacio es el reflejo de una esperanza, un deseo escondido que tenemos las mujeres y por el cual haríamos cualquier cosa –literalmente cualquier cosa- por mantener vivo.



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