lunes, 29 de septiembre de 2014

Espionaje fantasma




Mi cocina es un pequeño cuadrado rodeado de mueblecitos, heladera y mesada con su alacena correspondiente. Tiene azulejos blancos que llegan hasta el techo, pero éste no es tan alto como el resto de la casa.
Hace un tiempo, no puedo precisar bien cuánto, tres azulejos de un lado de la pared se levantaron misteriosamente. Como un fenómeno físico complejo, una presión salió de algún lado y se condensó en esos pequeños cuadrados de mosaico de ocho por ocho.
Fue un movimiento silencioso y fugaz, pero concreto. Como la flor que abre en las primeras horas de la mañana, los azulejos también se abrieron, aunque no podría precisar bien el momento.
Otra vez. Tienen la astucia necesaria para asomarse en los lugares más impensados, pero a mí no, no señor. Los he descubierto en otras oportunidades y siempre vuelven.
Es difícil confesarlo, pero deben saber que detrás de este simple detalle casero estoy siendo observada.
De una manera muy tecnológica se envían cables bajo tierra con una cámara en su inicio para ubicarse subrepticiamente en la cocina -como es mi caso hoy- bajo un seudo diagnóstico de humedad del cemento.
El comportamiento de estos cables con cabeza de cámara es igual al de las serpientes ciegas, que van abriendo un camino subterráneo hasta llegar a su objetivo. Una especie de submarino interpropietario que tiene su base muy pero muy abajo en la tierra y cuyas ramas-cables florecen penetrando en cada casa, cada intimidad, en silencio.
Las películas de ciencia ficción lo cuentan desde hace tiempo y ahora ya pasó al campo de la realidad. No tengo dudas.
Mi reacción inmediata cuando lo detecté, fue actuar normalmente. Como si nada hubiese cambiado la rutina del día.
Desde el living intenté encontrar alguna luz u otra señal de estos espías pero la separación entre los azulejos es muy estrecha. Todo está muy calculado.
Son dueños de una tecnología superior, eso es apostar y ganar. Además de toda la logística robótica que se utiliza para instalar estos ínfimos ojos, existe otra de orden psiconeurológico, que los hace pasar desapercibidos.
Una infraestructura enorme de paneles, botones y máquinas acumula información y luego es vendida a cifras estrambóticas, a personas sin cara y con muchos maletines.
En mi casa, por ejemplo, yo los encontré entre los azulejos, pero vaya a saber dónde estaban antes de eso. No es la primera vez que aparecen, por eso no me inquieté tanto.
Sin llegar a un estado de alerta puedo darme cuenta de su presencia, como cuando se cayó una maderita del zócalo del patio. Cada tanto los atrapo, sin levantar sospechas, como esa vez que clavé la maderita con cuarenta clavos enormes.
Cocina, baño, living, patio. Cualquier habitación puede ser el próximo asentamiento. La variedad en la rotación de las habitaciones pretende desconcertar, pero yo estoy muy atenta.
Pequeños detalles hogareños que cambian en un instante. Percances caseros que creemos comunes o cotidianos y que significan la obvia instalación de este sistema voyeur.
Por supuesto, yo no soy la única. De visita en casa de cualquiera enseguida puedo notar si ya ha caído bajo las redes subterráneas de espionaje fantasma. Le doy este nombre porque es el título más explicativo para entender las dimensiones del fenómeno.
Cuando compruebo esta peculiaridad, no digo nada así no altero la paz del que allí vive; pero sí le sugiero calurosamente que repare el “daño” que tiene su pared o zócalo o lo que fuere.
Tantas coincidencias en lugares diferentes con gente que no tiene nada que ver entre sí reafirman este secreto, que creo sólo unos pocos conocemos.
Imagínense si absolutamente todos supiéramos que hay microojos mirándonos, ahora, en este mismo momento.
Habría personas que no lo creerían, que se reírian a carcajadas o que elegirían ignorar el asunto para no levantar la perdiz y vivir más tranquilos.
Sin mencionar a los que me tildarían de loca o paranoica porque así es más fácil la negación del asunto.
Por eso hay que estar atento a cualquier cosita rara que aparece en la casa. Cualquier falla absurda puede ser una instalación incipiente. Nada que no se resuelva con disimulo y martillo, cemento de contacto y unos buenos clavos. Por ahora, al menos.