La casa es quietud. Algunas hojas que afuera empuja el
viento rompen el silencio cristalino de la noche.
En la penumbra de luna plateada, nos miramos muy cerca y su
aliento dulce me acaricia el rostro.
Su mano regordeta me envuelve la mejilla mientras el otro brazo
cuelga de mi cuello como el collar más suave que alguna vez pude imaginar.
En su mirada perdida puedo verlo, parado en el umbral de la
puerta de los sueños, investigar con curiosidad todo lo que no pudo descubrir
durante el día.
Como un oleaje que viene y va, sus ojos se abren y cierran
acariciando su esencia pura de niño, haciéndole cosquillas en los piecitos con
su espuma.
Yo también te am mam... Las palabras se van diluyendo en las
redes del sueño y todo su ser se entrega a un viaje de descanso y fantasía.
Adentro de casa, somos nosotros sin mundo. Silencio. Amor.
Pureza. Adentro mío, todo es movimiento e instinto.
Instantes de magia natural, tan únicos y tan para siempre.
Pienso en Spinetta y su plegaria, soñar felicidad.
En la calma nocturna, acaricio su cachete de buñuelo y lo
observo sumergirse en el hechizo del sueño, mientras repasa en voz muy bajita
una canción que apenas entiendo.
Joan Miró